por Amada Selina | 23 \23\Europe/Madrid noviembre \23\Europe/Madrid 2021 | actitud
El equilibrio entre dar y recibir es algo difícil de lograr. Desde que el bebé empieza a saberse diferente o ajeno a su madre comienza un camino de independencia emocional que, a veces, le lleva toda la vida. ¿Dónde está la clave para darse a uno mismo y dar a los demás? ¿Dónde reside el misterio que nos permite recibir sin sentirnos incómodos o en deuda? Al nacer dependemos totalmente de otras personas, la madre, el padre u otros que nos nutren y cuidan. Con los meses nos hacemos conscientes de que somos otro cuerpo distinto, que la madre es otra persona, otro lugar. ¿Habéis visto a un bebé “descubrir” sus pies o sus manos? La reacción es asombrosa y requiere un tiempo para que el cerebro pueda comprender este hecho maravilloso: es un ser diferente a otros, y es independiente. Durante los primeros años dependemos completamente de otros, es decir, recibimos. Cuando vamos creciendo aprendemos a dar. Ya sea un abrazo o un regalo, los niños empiezan a entregar a los padres o a otras personas lo que pueden, lo que tienen. Si pudiéramos volver a esos años sentiríamos la hermosa y gratificante sensación de aceptar si peros el amor y los cuidados que otros nos dan, así como la alegría interior cuando dábamos algo, por pequeño que fuera.
La vida sigue y pronto comprobamos que no siempre vamos a recibir, que esperamos cosas que no llegan, que cuando no llega lo que esperábamos sentimos frustración y rabia, y que terminamos exigiendo o manipulando al otro de maneras más o menos obvias. Por otra parte, el amor con el que dábamos nuestra sonrisa o una flor del campo que llevábamos a mamá tras un paseo empieza a diluirse bajo la expectativa de lo que otro nos entrega o nos devuelve. Me temo que es en esa fase donde comenzamos a volvernos dependientes emocionalmente.
¿Qué es dar? ¿Qué es recibir?
Y, ¿por qué nos cuesta recibir y aceptar un piropo, una invitación o un presente? ¿Qué pensamos de nosotros mismos que nos hace sentir que no somos merecedores? O, ¿qué pensamos de los demás que nos hacen sospechar de sus intenciones? Haz los deberes, yo solo tengo la misión de pensarlo en voz alta para seguir creciendo y compartirlo por si quieres crecer tú también. Vuelvo a las preguntas que me hago, y reflexiono. Hace poco me pusieron un ejemplo: vas a una cafetería y cuando llega tu café o tu té, viene acompañado de una galletita, ¡ole! ¡Qué alegría! Aunque no te la comas, pero queda muy bonita junto a tu taza. Vuelves al día siguiente y al pedir tu café ¡otra vez igual, galletita! ¡Madre mía, viva este local! Y, oye, que te “fideliza” y sigues yendo. Pero, de pronto, un día, pides tu café o tu té, y ¡oh, shit! ¿Y la galletita? ¡Qué nunca te la comías, pero te daba alegría ese detalle! ¿Y dónde está? Imagino tu cara: la buscas tras la taza, miras las otras mesas por si otros clientes tienen galleta y tú no, pero nada. Te frustras, te enfadas, y si eres una persona atrevida, le preguntas al camarero: “Oiga, ¿y la galletita que ponen siempre?” Y él, sonriente y profesional, como siempre, te dice que hoy no hay. ¿Cómo te sientes?
La galleta era un regalo, un acompañamiento, cortesía, pero no es una obligación. Claro, te has acostumbrado y ahora, la esperas, pero además, ¡la exiges! ¿Te ocurre algo así en tus relaciones personales?
Tal vez eres una persona muy bien educada, discreta, amiga del diálogo, y entonces no te quejas, no protestas, pero expresas tu disgusto de otra forma. Dejas de saludar al entrar, pides azucarillos al camarero, y luego servilletas, y te vas sin despedirte y sin dejar propina. Si expresas así tu disgusto tal vez eres una persona pasiva-agresiva. El camarero no adivina qué cuernos te pasa, pensará que tienes un mal día, porque es incapaz de imaginar que ni le saludas solo por la dichosa galleta, que además era gratis, ¡jolines, que es un regalo! Pero nunca lo sabrá, porque tú, una persona discreta, educada… o cobarde y exigente no aceptas que las personas dan lo que pueden y lo que quieren. Pues, por propia experiencia, cuanto antes aceptes esta realidad, mejor para ti y para todos.
Cuando te ofrecen algo o te regalan algo sin pedir nada a cambio piensas ¿por qué a mí? Y yo me pregunto, ¿cuál es tu nivel de autoestima, que no aceptas que alguien te dé algo sin esperar o pretender nada? O tal vez, tú sí regalas o piropeas o invitas cuando quieres algo, no sé, piénsalo a ver.
¿Cómo te sientes cuando te dicen algo bueno? Ante el halago, ¿qué sientes? ¿Qué piensas? Y, ¿cómo reaccionas? Un regalo nos alegra cuando somos niños y nos genera problemas cuando somos adultos, qué curioso. Pues volvamos a ser niños. ¿Qué hacías cuando te daban algo? Decías gracias (según el barrio) y lo disfrutabas, como si no hubiera nada más en el mundo. Y a veces, para equilibrar esa balanza, dabas un beso, un abrazo o incluso buscabas con la mirada algo que entregar a cambio para compensar. Así funciona el equilibrio, permitiéndose dar, permitiéndose recibir.
Hace tiempo vi un vídeo de no recuerdo quién en el que explicaba cómo mejorar nuestras relaciones. Recuerdo que el tipo del vídeo decía que en una pareja (aplíquese a otro tipo de relaciones) una persona da, entrega, y la otra puede recibirlo, rechazarlo, y después, quedárselo sin más, o dar algo al otro. Vayamos por partes.
1.- Si recibes disfrutando, ¿imaginas la alegría del otro? La otra persona se alegra profundamente de que “su regalo” te guste, sea lo que sea. La persona que regala se siente ver al ver tu disfrute, tu alegría, ¡le hace feliz verte bien! ¡Es increíble! Pero es que cuando alguien te quiere, le encanta verte feliz, al menos en mi barrio.
2.- Si al recibirlo, bajas la mirada, te sientes incómodo o incómoda, si lo rechazas abiertamente, se produce un corte entre los dos. La energía de entrega que iba hacia ti se frena en seco, por lo que sea, tú tendrás tus motivos. De hecho, rechazar un regalo se interpreta socialmente como el rechazo a la persona que lo da y a cualquiera de sus propuestas o intenciones. Por eso, cuando no te gusta una persona o no quieres continuar una relación, rechazas lo que te dé.
3.- Imagina que tomas lo que te dan, ya sea afecto, tiempo, unas flores o chocolate, ummmm. ¿Te lo quedas y ya está? ¿Lo disfrutas para ti y se acabó? Efectivamente, no tienes obligación de “devolver” o pagar nada, así es. ¡Disfruta! Pero imagino que, si esta situación se produce un día, otro día, y así cincuenta veces, y tú solo sonríes y lo aceptas, ¿no se produce un desequilibrio? Solo lo pregunto, eh, no lo sé. Pero, si tú siempre tomas y el otro siempre da se genera una deuda, un cansancio que suele terminar con la retirada de uno de los dos. O el otro se cansa de darte sin recibir nunca, o tú te sientes mal por recibir siempre y no dar nada. Esto ocurre a veces con las personas que dan mucho, pero mucho, o que siempre hacen regalos caros, ya que la mayoría de la gente nos sentimos incómodos si no “llegamos” al mismo nivel. La primera vez no importa, pero tras unos años la relación se resiente.
4.- Por último, puede ocurrir que aprecies tus regalos y los disfrutes, ¡bien por ti! Pero que, llevado por un deseo profundo de agradecer, ojo, agradecer, no compensar o pagar, que no es lo mismo, ¡tienes un gesto de cariño! Tu gesto de agradecimiento equilibra la balanza de modo inconsciente, y a la vez, vuelve a desequilibrarla, porque el otro, pareja, amigo o compañero, que te aprecia mucho, vuelve a darte un poco más. ¿Ves lo que ocurre? El ciclo comienza de nuevo, y entonces tú le invitas. Otro día él/ella te da una sorpresa. Entonces tú le haces una tarta, y él o ella te envía un mensaje expresándote cuánto le importas. Y así, ad infinitum.
Bueno, gente, esto son teorías, lo vi en YouTube y lo pensé. ¿Será tan sencillo cuidar las relaciones? ¿Consistirá en saber recibir sin miedos, sin huida y sin peajes? Cuando quieres a alguien, ¿no te apetece tener mil detalles con las personas que amas? ¿Lo haces con amor o porque quieres obtener algo? Anímate, siéntelo desde el corazón y crece. ¡Uno más para el Club de los Sintientes, oh yeahhhh!
Hala, ya tienes deberes para esta semana.
A veces queremos tomar solo una parte. Entonces intentamos cambiar al otro. Aceptamos lo que nos gusta de nuestros padres, pero rechazamos muchas cosas, aunque aceptarlos por completo nos hace sanos y grandes, pues al rechazar algo de los padres, en el fondo estamos rechazándolo en nosotros mismos, pues venimos de ellos. A veces apartamos a uno de los dos, pero claro, somos un cincuenta por ciento de cada uno, así que imagina las consecuencias. Ojo, aceptar a los padres como son no significa ni que sean perfectos ni que todo lo hagan bien, sino que venimos de ellos y les debemos honra y respeto. Y en los amigos o la pareja, ¿cómo no aceptar al otro como es completamente? Recuerda que la otra persona también te acepta a ti como eres, con todo. Recuerdo una compañera de trabajo que decía: “Cuando mi marido sale con la moto, me quedo con el alma en vilo… pero, claro, yo lo conocí con moto”. ¡Me encantó cómo lo dijo! Primero, porque conocemos a la gente como nos llega, con todo el lote, y somos libres de quedarnos ahí o de irnos, totalmente libres, no hay obligaciones de amar a nadie. Segundo, querer cambiar a las otras personas es una falta de respeto, sobre todo si la persona ya era así al comienzo de la relación contigo. Y tercero, ¿tú eres perfecta o perfecto? ¡Qué suerte! No lo sabía. Pero si no eres la perfección personificada, recuerda que seguramente tienes aspectos mejorables y haces cosas que a la otra persona no le agradan. Se puede negociar, pero no se puede exigir.
Me encanta un cuentecillo que oí una vez. Una mujer buscaba al hombre perfecto, y tras mucho buscar, ¡lo encontró! Pero estaba casado con la mujer perfecta, ja, ja, ja.
Yo, por mi parte, voy a revisar en mí las verdaderas intenciones con las que hago un regalo. Tengo que observar si realmente me sienta bien lo que otros me ofrecen o me entregan. Tengo que mirar también cuáles de mis palabras y de mis actos nacen realmente de mi corazón. Pero soy, valiente, me gusta mirarme al espejo sin maquillaje y sincerarme. Me gusta “regalarme” verdades y tirar las pequeñas mentiras que me cuento sobre mí, me encanta desechar las excusas y los “peros”. Es duro, claro, pero no se forma el hierro entre algodones.
El otro día me paré a sentir. Puede parecer que lo hago todos los días, pero no. Cada día me despierto con algún ruido cotidiano (en tu caso, tal vez sea el despertador) y mi piloto automático se dirige al cuarto de baño y después, irremediablemente, mirada al móvil y viaje a la cocina. Con los ojos entreabiertos y los pelos descompuestos preparo un ritualizado y aburridísimo desayuno y, sin saborearlo, me llevo mi té o lo que sea, aún sin terminar, a la habitación de los libros. Y así, sin pararme a sentir, enciendo el ordenador y espero que la fuerza me acompañe y guíe mi tarea. Cada mañana lo mismo, más o menos. ¿Te suena un poco? Entonces me di cuenta de que no estaba sintiendo la vida, solo sobrevivo, ¿y tú?
Hace unos días mi maestro me invitó a sentir, que ya ni recordaba cómo se hace. Algo tan natural en nosotros se ha perdido con el paso de los años y la mayoría de los que habitamos el planeta hemos optado, consciente o inconscientemente, por vivir con menos intensidad. Las obligaciones cotidianas, las responsabilidades, y por supuesto, el miedo al sufrimiento, nos han hecho respirar superficialmente, evitar mirar de frente las cosas y a las personas, y sentir solo lo justo. Este funcionamiento, que puede salvarnos de un gran sufrimiento en un momento dado, ha hecho que pasemos por la vida sin saber ni lo que llevamos puesto, ni quiénes somos ni lo que queremos. Desde aquí te propongo hoy que saques un rato para estar contigo, aunque sean diez minutos, ¡vas a flipar! (Nota: en español de España flipar significa coloquialmente “quedarse maravillado o admirado” y también “asombrado o extrañado”).
¿Cuál será el resultado? Experiméntalo tú, pero para que no te pille muy por sorpresa te anticipo que, si te permites sentir, vas a conectar con quién eres realmente y con grandes verdades sobre la vida que no podías ver por no sientes. ¿Cómo hay que hacerlo? Bueno, yo acabo de empezar, no sé muy bien qué decirte, pero lo esencial es querer. ¿Quieres? Tal vez notes un “nooooo” dentro de tu cabeza, porque el niño asustado que vive en tu interior no quiere experimentar mucho, no vaya a ser que pase algo malo. Fíjate que un niño sano siempre tiene deseo de subirse a los árboles y de tirarse por un terraplén, pero un niño herido se queda en un rincón y no quiere ni moverse. ¿Cuál de los dos tienes dentro? Pues aunque no tengas ganas, hazlo. Aunque temas el resultado, sentir no ha matado a nadie nunca, que yo sepa. Al contrario, cerrar los ojos y permitirse escuchar el propio cuerpo ha salvado más de una vida. Escuchar lo que uno es, desea o teme es la base del crecimiento personal. Atreverse a poner nombre a lo que uno experimenta le da poder y fuerza, y expresarlo, al menos a sí mismo, le hace más humano, y por tanto, más conectado a todo.
Yo no sabía ni por donde empezar, pero ¡me lancé! Respiré, cerré los ojos, y sentí, y ¡oh maravilla! Esto sí que es vida.
SENTIR DA PERSPECTIVA
Cuando experimentas el ahora tienes una mejor visión del conjunto. Te percibes frente a todo, el tiempo se para y puedes atisbar lo que realmente está sucediendo. ¿Qué estás evitando? ¿Qué deseas que no sabes alcanzar? ¿Qué le pasa a tu cuerpo, abandonado en una esquina, al que, a veces, solo utilizas como animal de carga? ¿Y qué dice tu corazón? Tal vez has olvidado que lo tienes por miedo al dolor, a un nuevo desengaño, a una caída mil veces repetida. Sin embargo, si estás aquí, es que aún funcionan tu cuerpo, tu corazón, tu mente y por supuesto, tu espíritu. Pues bien, ¡dales alas pa volar! Deja que la respiración te conecte con tu verdadera esencia. Permite que el aire que entra en ti se lleve las viejas tristezas y deje todo limpio para uno nuevo paso. Respira borrando la idea del error y viendo cada acto y cada suceso como pasos necesarios para verte hoy así, tan francamente, tan desnuda/o frente a ti. Entonces anota en tu interior la ristra de emociones que tenías guardadas y que no podías ver bajo el polvo de los años. Mírate de frente y observa lo que ocurre en ti cuando sientes cada bocanada de aire. ¿Lo notas? Yo diría que brillas… Emites un fulgor indescriptible porque estás hecho/a de estrellas. Y entonces todo lo de afuera se coloca. Todo se ordena. Todo se calma. El estrés ya no es necesario. La ansiedad puede irse a dar un paseo. La tristeza no encuentra pupitre donde sentarse. Si haces esto, la vida, asombrada, te mira de modo desacostumbrado, cargada de pasión y de fuerza, haciendo que cada experiencia sea, ahora sí, real. Cada cosa que ocurra a partir de este instante tocará todas tus células, todas tus neuronas. La vida rozará todos los poros de tu piel y todo cobrará sentido. Se irán los temores y los miedos, se disolverán los traumas, volverán el juego y la risa, será algo así, como estar enamorado.
¿Imaginas? ¿Sentirte enamorado de cada instante, de cada tú que te habita, sin juicios ni urgencias? Pues tal vez la vida es eso: amarse como uno es, aceptar lo que siente y ponerle nombre, si quiere, y decirlo, si quiere, y vivirlo. Tal vez, solo consiste en respirar, en poner la mano en el corazón y en decirse: “sí, quiero”. Y vivir.
NO TEMAS
Cuando temes, ¿no notas tu corazón más pequeño? El pobre se encoge y se entristece, se vuelve gris, opaco (yo lo he visto), y no tiene ganas de sonreír. Entonces él intenta por todos los medios que tu alma y tu mente esté tristes y negativas, porque así se siente mejor. Algo en ti te hace recordar canciones melancólicas, hechos dolorosos, personas que ya no están, y podrías estar llorando una semana o dos. Pero si respiras en el corazón y le dices: “Yo te cuido, no va a pasarte nada malo, vamos a dar una vuelta y a lucir palmito”, verás que todos los colores multiplican su belleza, que los sonidos se amplifican, que las personas son hermosas o que cada pájaro y cada árbol pueden sentir tu presencia. Cuando sientes te conectas con todo el que siente (perdón por la redundancia). Hagamos un club de sintientes, que cada vez seremos más.
SENTIR INFORMA
A veces no sabes lo que pasa dentro de ti. Te duele algo o tienes una molestia y no sabes la causa. O estás triste y desconoces el porqué. O puede que tengas cólera, agotamiento, nostalgia… Pues la respuesta está dentro de ti. Esta frase tan manida (tan de Facebook) la has oído cientos de veces, pero, realmente ¿buscas en tu interior? Creo que si sientes tu cuerpo encontrarás algo de información de lo que te ocurre. Creo, de verdad, que si te paras a sentir lo que te pasa descubrirás la raíz del problema. Y creo también que si sientes sin expectativas puedes conectar con toda la información del universo. Es una opinión, pero ¿no te apetece probar?
EN EL AMOR
Tal vez amar no era más que sentir. Cuando miramos desde lo profundo todo puede ser bello y todo tiene un sentido. Seguramente amar solo era eso: mirar completamente, con intensidad, entregándose al acto de mirar. Esa actitud es la base del amor y también de la pasión, pues no ama quien no se apasiona. Si te permites experimentar sin red los acontecimientos cotidianos; si eliminas las barreras que al sentimiento la mente le pone; si te lanzas a descubrir la gran capacidad que tienes para vivir intensamente cada instante, podrás comprobar que eres una fuerza imparable vestida de persona y que habitas en este universo para tu expansión y la de todo lo que existe. Así que, guárdate el miedo en un bolsillo (o mejor aún, tíralo a la basura, contenedor marrón) y disfruta de ser tú en este momento y en este lugar. Que todo lo que eres se conecte con el amor que ha creado esto, aunque no lo entiendas. Que tu alma habite por entero cada célula de tu cuerpo y pongas en corazón en todo lo que haces, y si no, mejor no lo hagas. Que te entregues al dulce vaivén de la vida, que te arriesgues, que ya sé que la vida mancha, pero ¿quién dijo miedo?
VIVIR CANSA, PERO MOLA
Hace unos meses vi la obra de teatro Matar cansa. El protagonista describe algunos de los crímenes y de los hechos más relevantes de la vida de un asesino en serie al que admira con veneración. Pues bien, además de un texto impecable y una interpretación magnífica por parte del actor Jaime Lorente (Denver en la serie La casa de papel), la obra es un ejemplo de pasión. Salí del teatro como en trance, con infinito placer por haber entendido un modo de pensar y de sentir distinto al mío. Sin juicios, admirando la pasión del protagonista hacia otra persona y sus actos, por más que estos sean condenables. ¿Qué sucedió? Simplemente, que la obra me ayudó a sentir cada palabra del texto dramático, cada gesto, y por supuesto, que me permití sentir lo que todo eso que pasaba fuera provocaba en mi interior. ¿Qué hay de malo en sentir? Para eso está hecha la vida, y en nuestra existencia, no podemos experimentar esta dimensión sin ocupar completamente el cuerpo, sin utilizar la cabeza para elaborar procesos intelectuales y sin sentir en el corazón cómo nos afecta, ya que todo lo que nos rodea nos toca mostrándonos lo que somos. Pues bien, tras la obra, estaba yo casi tan exhausta como supongo que lo estaría quien interpretó del monólogo, ¿podría ser? En el camino a casa comprendí que sentir cansa. Que vivir apasionadamente cada segundo con plena consciencia nos va a dar tantas agujetas como la primera semana de gimnasio, y que en ese punto cada uno debe decidir si seguir viviendo o dejarlo. A mí, a veces, aún me duele el pecho al respirar, los ojos al mirar inquisitivamente las cosas, y, por supuesto, el corazón físico al permitirme emocionarme. Pero, ¿qué he de hacer? ¿Seguir trabajando, comer rápido, ir a la compra apresuradamente, hacer la cena y dormir? ¿O respirar con los ojos cerrados y observar si lo que estoy haciendo es coherente conmigo y ayuda a los demás? Pues bien, a pesar de las agujetas, a pesar del dolor de cuerpo que uno tiene cuando experimenta la vida, yo voy a seguir sintiendo. Al igual que cuando uno hace al amor, que si lo hace bien se cansa, pues yo elijo sentir. Como he escrito en otros lugares, espero que al final de mi vida, cuando me vea de nuevo con el Creador y Él me pregunte qué tal fue mi viaje, yo le diga sonriendo: “Huaaaaaaala, papá, qué experiencia”. Entonces me sentaré en sus rodillas, me acunará dulcemente y me peinará un poco con la mano, mientras yo sonrío sin poder parar y le cuento que… he vivido… a tope.
En el momento de escribir este artículo el mundo está patas arriba porque un virus manipulado por el ser humano se ha propagado por el planeta afectando a la raza humana. Nuestras posesiones no se ven afectadas por este virus, pero sí nuestra humanidad… Tal vez habíamos olvidado qué era lo más importante en la vida y este bichito que se escapó por la ventana ha venido a mostrárnoslo.
Sí, son momentos difíciles para todos: hay y ha habido muchísimos muertos, hay decenas de miles de contagios, y para colmo, los gobiernos intentan frenar la expansión de la enfermedad impidiendo el transcurrir de la vida como lo conocíamos. A esto le añadimos el parón económico y laboral que está suponiendo en todo el mundo, así que, sí, estamos de acuerdo: la situación es grave.
Aceptando este hecho, he querido ir más allá de lo obvio y atravesar el velo que nos separa de Dios y de la Verdad como energía de amor intangible. ¿Qué toca hacer ahora? Unas palabras sonaron en mi corazón: “DECIRSE LA VERDAD”
-Jolín –protesté como es habitual en mí-, ¿a qué os referís exactamente? ¿Qué le digo yo a mi gente (es así como llamo a todas las personas que seguís mi trabajo)?
Me contestaron en lenguaje de luz, que significa que ponen imágenes y emociones que yo traduzco en palabras. A veces lo hago directamente como veis en los vídeos en directo, y otras, como en este texto, me paro a sentir cada uno de sus conceptos intentando traducirlo de un modo más cuidado e inteligible (es decir, fácil de entender). Lo hago por escrito para que conste en acta, es decir, para que se mantenga accesible para cualquiera que lo necesite y para todos aquellos que gustan de leer a su ritmo. Para los más auditivos, siempre hay y habrá vídeos en mi canal YouTube.
A lo que iba… me respondieron y yo le he dado forma en este artículo.
La verdad es aquella frecuencia o estado en la que la mente mira las cosa si no las juzga. Desaparecen los juicios, críticas, opiniones, y lo que es mejor aún, desaparecen los prejuicios, ideas concebidas antes de tener ni siquiera un dato o dos.
La verdad es la honradez frente a uno mismo y frente a las cosas. Consiste en quitarse las máscaras, todas, las que sean: empezando por las de la belleza externa, las del artificio y el adorno, las de la transformación del cuerpo para gustar a otros. La verdad consiste en eliminar la creencia de que uno vale por lo que sabe, por lo que conoce. Y la verdad es, desde luego, borrar de un plumazo las ganas de agarrar las cosas materiales pensando que son una extensión del ser humano o un indicador de su valía.
Al contrario, la verdad es la desnudez. ¿Cómo nacen los niños? Desnudos frente a la vida, sin nada, vacíos, esperando que las experiencias vayan conformando tus valores y su identidad humana, que solo es un reflejo, una parte de la identidad divina.
Eso es lo que toca ahora. Desnudarse. Quitarse las máscaras frente a uno mismo, en primer lugar y decirse:-Sí, esto es lo que siento. Esto me duele, esto me martiriza y esto me quita el sueño.
Deciros, a solas, lo que sentís:
-Sí, me da rabia que tal persona no se dé cuenta de que existo. Me fastidia (usad la palabra que sintáis más adecuada: molesta, entristece, deprime, enferma, etc.) que la vida no sea como yo la esperaba. Me hace daño ver cómo yo misma/o no hago lo mejor para mí…
Deciros también lo positivo, que es verdad y no orgullo. Es momento de decirse:-Sí, me gusta mi cuerpo. Me encanta mi voz, mi cabello, mi forma de pensar, o cómo me queda la comida.
Decirse lo que es cierto sin evitarlo ni aumentarlo es un modo de acercarse al Creador, pues todo Él/Ella está hecho de verdades inalcanzables e indestructibles.
Sí, sois seres sintientes y sensibles.
Sí, podéis sufrir y gozar.
Y sí, sois bastante exagerados.
La verdad es también la neutralidad ante los hechos. La mirada objetiva sin emoción ni mente ante lo que ocurre, y el alma se acomoda a lo que es sin pena, ni lucha ni engaño. Cuando la mente se coloca a favor del viento que sopla es cuando la inteligencia sirve al alma y alineadas y unidas vosotros seréis conducidos a la verdad.
Pero la inteligencia o la mente humana se aferra a ideas del pasado remoto metidas en las células del cuerpo de modo casi inseparable. Las vivencias en otras existencias y las vidas de vuestros ancestros os han regalado unas energías que os conforman y de las que tenéis que separar, como en el campo, el trigo de la paja. Pues la verdad es decir “gracias por todo lo que hay en mí, yo me encargo de conservar lo adecuado y dejar ir lo inadecuado”.
Decirse la verdad es un doloroso ejercicio para la mente y agradable momento de amor para el alma. La sinceridad con uno mismo es una caricia amorosa y excitante en el rostro, es el roce deseado de la mano ansiada, es la comprensión pedida del alumno al profesor, y todo ello es posible con la verdad, sin depender de otros, sin necesitar a otros.
Desnudarse es de valientes. Presumís de ser guerreros y estáis en el miedo. Miedo a la causa desconocida de cuanto sucede. Miedo al qué pasará. Miedo también a si cada uno de vosotros sabrá vivir lo que le toque sin enfermarse o deprimirse, valorando que todo lo que hace lo hace lo mejor que puede. Contra el miedo, la verdad.
Así que despojaos de viejas ideas inservibles, de esquemas trasnochados que os impiden amar. Deshaceos del miedo al pasado, del pánico a repetir y repetir situaciones y traumas, pues parte del miedo a repetir es lo que lo provoca. Quitad las máscaras que os cubren y decid: sí, esto soy yo, con imperfecciones, con humor, con prisa, con desidia, con temor… Y este paso os conduce a un nivel superior de conciencia, a la auto estima y al otro.
Si quieres éxito, en cualquier terreno de tu vida, la verdad es parte del camino, pues lo que no se fundamenta en la verdad, antes o después caerá. No podéis sostener una vida en otros cimientos que no sean lo que realmente tenéis. Duraréis poco tiempo en el podio de la mentira así que, tirad la máscara, por favor, es el momento de enfrentar lo que de verdad no os gusta para ir hacia lo único real, la inmortalidad del alma hecha de amor. Por eso, solo el alma que está en amor atraerá el amor.
Os hablaremos ahora a cada uno de vosotros.
Mírate. A solas, sin prisa, sin nada en la cabeza, sin sueños ni creaciones fantásticas sobre lo que ha de ocurrir. Como si estuvieras frente al mar, saca de tus bolsillos todo lo que no es tuyo y arrójalo para que las olas se lo traguen y no te lo devuelvan jamás.
Busca en tu abrigo o en tus pantalones y en cada bolsillo encontrarás algo que arrojar hoy a las aguas azules de Gaia, que lo eliminará con su amor a ti.
Deshazte del miedo a amar, en primer lugar, que es lo que te impide ser feliz. No importa si no te corresponden, no importa si estás en pareja o solo/a, si tienes familia o no: el amor no es personal. Al contrario, amar es algo general, ilimitado, amorfo, y no requiere un objeto determinado. Amar es una actitud que transforma cada una de tus células, cada uno de tus cabellos y te hace ser más luz.
Ahora busca y tira el miedo a ser feliz, el miedo al éxito, la comparación… Arroja al agua, bien lejos, el deseo de agradar. ¿No sabes que eres maravilloso/a les gustes a otros o no? ¿Olvidaste que tienes libertad para ser quién eres? Nadie puede hacerte daño por negarte su atención o su aceptación, has de tenerla tú.
Elimina ahora la mirada puesta en lo material como solución a tus problemas. Los problemas materiales tienen soluciones materiales, pero el resto no. Nada de lo que puedas comprar llenará tu corazón vacío. Ni el agua quita el hambre ni el alimento quita la sed después de un rato. Ninguna flor sustituye a un beso y ninguna joya sustituye a una persona. Solo son imágenes deformadas en espejos de feria que te hacen creer que necesitas otras cosas cuando, en realidad, lo que necesitas es tan solo amor.
Es la hora de los valientes.
Y ya en tu desnudez, mira a los demás a los ojos y observa lo que sientes. No lo disimules, no lo temas, no te lo ocultes. Mira, observa y siente. Sea lo que sea dítelo, a ti. Así sabrás lo que te ocurre realmente. Así sabrás lo que te pasa y lo que debes hacer.
El guerrero mide el terreno, observa al enemigo y no se mueve hasta haber preparado su estrategia. Tú, que presumes de servir a la luz, imita la actuación del soldado que, antes de enfrentarse a otro, medita, descansa y prepara sus armas. Pues bien, ahora tú descansa, medita y sé valiente: tu arma es la autenticidad. El disimulo solo esconde tu deseo y, a la vez, tu miedo a la frustración.
Es el momento de alejarse de todo aquello que huele a mentira, a orgullo y falsedad. Apártate de lo ambiguo, de lo fingido, de lo oculto. Ve sin máscaras, amor en mano, a la vida, a ti mismo, a Dios… y al otro. El valiente sabrá apreciar tu entrega y honrará tu magnífico valor. Quien no vea esto que se quede al otro lado, pues no está preparado para el maravilloso tesoro de tu entrega.
Ya pasaron los tiempos de culpar a los padres, a los ancestros, a los gobiernos… a las brujas, a los dioses, a los maestros… Son los tiempos del alma adulta, la que asume sus errores y cambia su comportamiento. Es la hora de los valientes.
Descansa, guerrero, es la hora del amor.
Hecho de pedacitos de ti.
El título de una canción me recuerda el mensaje que me dieron los maestros de que todos, absolutamente todos, estamos hechos de retazos. Cada alma, extraída del corazón del Creador, se revela a través de las múltiples vidas que tenemos en distintas dimensiones. Utilizamos cuerpos y avatares diferentes, viajamos a mundos lejanos, a estrellas olvidadas, y en cada una de esas existencias, tomamos unas cosas y dejamos otras. Cada persona nos otorga un modo de tratarnos, un insulto o un piropo, alegrías o penas. Vuestros lazos familiares traen atados regalos y deudas que no sabemos, a veces, colocar en nuestra casa actual. La mente transforma cada experiencia en un posible futuro, en una profecía, y le crea a la realidad una etiqueta o una caja donde quiere guardarla. Pero el alma, como humo inaprensible que no se deja agarrar, escapa a las cárceles y a los nombres, escapa a los traumas y al pasado e intenta, en cada nueva oportunidad, sanar los errores y poner amor donde manaba el miedo. Si el alma vence, el éxito en la misión está asegurado. Si la mente, orgullosa, terca y ambiciosa, gana la lucha, el alma llorará su mala suerte y se quedará encerrada en una celda de desamor con un carcelero llamado Miedo.
Estás hecho/a de todos estos retales, de jirones de vidas pretéritas, pero con un patrón nuevo, vacío, limpio para esta nueva vida. Sin embargo, la mente te lleva a vivir otra vez con los retales viejos de los otros y de ti, y por eso se repiten las vidas y por eso se repiten el dolor y el drama. Cada amor y cada desengaño, cada éxito y cada bancarrota, cada acto de fe y cada acto de apostasía, dejan un pedazo en ti impulsándote a repetir el camino conocido. Sin embargo, si le preguntas al alma el camino adecuado, esta elige a ciegas, sin pensar, el camino perfecto del amor. Te dirá la verdad, te guste o no, te indicará en susurros delicados, qué hay más adelante en el camino y si has de tomarlo o no.
Aunque estés hecho de experiencias y sueños, de risa y de muerte, casi a partes iguales, te pido dejar de lado la mente y consultar en el templo de la verdad, tu corazón. Ahí donde no hay errores ni temores, ahí donde se encuentran la sabiduría y el consejo de los maestros más elevados, ahí donde abunda la Gracias y donde el conocimiento humano queda relegado a lo que es: un saber limitado.
Toma todos los fragmentos que te forman y pégalos con tu mirada. Une todos los trozos que tu alma perdió en las guerras, o en los partos, o en el paredón. Y con amor y confianza mira todas las piezas que te construyen y asume que tus viejos traumas entorpecen el contacto con el alma. Ahora, con esta nueva visión de ti, un humano hecho de experiencias, recuerda la verdad: también eres un alma inmutable, sabia y perfecta a la que la vida solo le afecta en positivo.
Dite la verdad aquí y ahora.
Dite: Mi luz encarna con una larga historia que asumo y que soy capaz de mejorar ahora mismo. Mi luz, eterna, venida del Creador, evoluciona con cada gesto de amor y todas mis partes se unen bajo el mandato del corazón.
Así podrás ver cada experiencia, hermosa o traumática, como la base de tu vuelo, como el trampolín para ver luz en todo y en todos. Tal vez por eso el Maestro Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Tal vez, ahora, tu alma pueda volar sin lastres.
En todos mis talleres, canalizaciones y sesiones privadas insisto en esta idea: ACEPTA.Y casi siempre recibo de vuelta la misma pregunta:
¿Aceptar es conformarse?
¿Aceptar es dejar de luchar?
¿Aceptar es renunciar a los sueños?
Rotundamente, no.
Aceptar es no discutir, no juzgar, no intentar negar lo evidente. Aceptar, para mí, implica mirar las cosas (personas, situaciones, acontecimientos, emociones…) como son, sin un ápice de oposición, crítica, juicio. Se trata de no huir de lo que hay, de no mirarlo de soslayo (de reojo) y de no intentar modificar lo que vemos, si no decirse a uno mismo: “Ok, esto es así”.
Prueba a hacerlo. Si lo logras, notarás un gran descanso, sobre todo mental, porque dejas de luchar contra la realidad, que,te guste o no, es como es. Dejar de luchar te permite guardar fuerzas para la verdadera batalla (enseguida explico a qué me refiero) y te permite ver con más neutralidad los mismos hechos. ¿Puede esto reducir tu sufrimiento? Indudablemente sí.
Por ejemplo, ¿cuántas veces has sufrido por una idea y cuando cambias de idea, sufres menos? Si piensas que la muerte de un ser querido es injusta, sufres por la muerte y por la injusticia. Cuando piensas que “todo el mundo se muere” y lo ves como algo cotidiano e inevitable, aceptas mejor la muerte de tu ser querido y sufres sólo por la pérdida. Sufres menos.
¿No lo crees? ¿Qué sientes ante la muerte de una persona de 90 años? ¿Y ante la muerte de un niño? Como ves, el hecho de la muerte (como otros hechos de la existencia humana) nos genera emociones distintas en función de nuestros pensamientos.
Los hechos que son inevitables es más sabio aceptarlos. Pero cuando te sugiero que hagas este ejercicio nunca me refiero a dejar de lado tus derechos, ideas, opiniones, metas o sueños. Simplemente quiero decir que no te enfades cuando las cosas no son como a ti te gustan. La energía que gastas en el enfado o la ira generan distracción mental, agotamiento, enferman tus órganos vitales, estimulan más emociones negativas contra ti, contra los demás y contra la Vida, y por supuesto, te alejan de tus metas.
Si quieres lograr algo, dirígete hacia ese algo, no te distraigas con lo que te estorba en el camino. Me vendrá bien esta imagen que vi estos días en la tierra: cuando las raíces encuentras piedras en su camino, simplemente, siguen creciendo en su dirección natural dejando a un lado ese impedimento. No se pelean con la piedra, no la insultan ni intentan romperla, no le dicen a otras plantas “eh, esta piedra que hay en mi camino es malísima, y me impide seguir creciendo”. Ninguna planta hace eso. Al contrario, cuando la raíz topa con un obstáculo gira un poco su trayectoria y continúa su trayecto. ¿Es una plantita más inteligente que yo? A veces pienso que sí.
Por otra parte, cuando eliminas de ti el enfado, la ira, la idea de injusticia, el pensamiento de lucha… ¿cómo crees que vas a sentirte? Si tienes tiempo, energía y salud, dirige estas cualidades hacia tu meta. ¡No pierdas el rumbo! ¿Cuántas veces, por no aceptar, pierdes tiempo y salud? Vuelve a mirar tus objetivos:
–Si acepto esta situación que no me gusta, ¿qué he aprendido?
–Si la miro tal y como es, ¿es tan grave?
–Aunque sea tan grave, dura, difícil y horrorosa, ¿este estado emocional cambia algo?
–Si no lo cambia, ¿para qué seguir en esta emoción tan paralizante?
–¿Qué otras emociones e ideas me ayudan frente a esta realidad que no puedo cambiar?
–Realmente, ¿es algo que no puedo cambiar?
–Si puedo modificarlo, ¿qué me detiene?
A veces no podemos, por más que queramos, tragar algo, ya sea una situación, una emoción o incluso otra persona. Yo personalmente, pido ayuda a mi equipo de Guías y Maestros Espirituales para que me den herramientas para seguir creciendo. En mi corazón están todas las respuestas. Y en tu corazón tienes todas las que tú necesitas. Mira en tu propio corazón y hallarás el camino de la aceptación.
Cuando más lo transitas, más fácil se hace, más salud recobras y más feliz eres. ¿No me crees? Pruébalo.
Respecto a la confusión entre “aceptar” y “ceder”, o tragar con todo, o dejar de ser quien uno es… es una lástima que aún se confundan estos conceptos que no tienen nada que ver. Deberías aceptar lo que no puede ser modificado, lo que no tiene vuelta atrás y lo que no está en tu mano. Pero, ¿debes renunciar a ser túmismo/a? ¿Debes dejar de lado tus derechos? ¿Tal vez aceptar un fracaso es para ti suficiente para que no vuelvas a intentarlo?
Si las plantas hicieran eso no había vegetación en la Tierra, por tanto no había animales, y no estaríamos aquí tampoco nosotros. Tú y yo no estaríamos hablando de esto si no fuera porque cualquier plantita silvestre deja de lado las piedras y sigue su camino con una tenacidad grabada en su ADN. ¿Qué crees que traes anotado en el tuyo, si somos de la misma esencia?
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