HISTORIA DE UN PROCESO
Hace varios meses comencé este libro con el deseo de ayudar a los demás a ver su propia Luz. El camino ha estado lleno de sorpresas, inquietud, curiosidad, errores y alegría. Escribir puede parecer fácil, y, en cierto modo lo es. Pero estructurar 200 páginas sobre lo espiritual, y hacer un texto cercano y atractivo no es tarea sencilla.
Después de haber escrito unas 350 páginas me di cuenta de que eran demasiadas. También comprendí que estos temas son nuevos para mucha gente. Creo que leer veinticinco capítulos que pueden volver del revés las ideas de uno no es cómodo ni agradable. La espiritualidad ha de ser sencilla, cómoda, delicada, y los conceptos más modernos desarman (o ponen en duda) los pensamientos más arraigados en nosotros. Por este motivo eliminé todo aquello que se centraba en la muerte y en la vida después de la muerte, dejando los 16 capítulos actuales. Tal vez esas páginas sean para otro libro.
Además de escribir y estructurar los temas en capítulos coherentes, hay que repasar una y otra vez la ortografía, la gramática y el estilo. Ser periodista no hace que esta labor sea un camino de rosas, pues incluso las normas que aprendí hace veinte años ahora ya no sirven. Imagínate repasar un libro bajo una ortografía que hace unos años era muy distinta.
Cuando tuve el texto, luché contra varias cosas:
La vergüenza: Dárselo a alguien para que lo lea y vea los fallos. Esto es duro, no creáis.
El ego, que me decía: “¡He escrito un libro, he escrito un libro! Soy guay. He escrito un libro!”
El miedo: ¿Y si está mal escrito? ¿Y si no se entiende? ¿Gustará? ¿Los venderé? ¿Y si es un éxito?
Las dudas. ¿Qué letra? ¿Qué tamaño? ¿Qué cubierta? ¿Qué pongo en la sinopsis? ¿Y… cuántos?
El insomnio…Un libro, dos libros… trescientos libros, trescientos uno… tres mil libros…
Estas y otras emociones acompañaron estos meses mi trabajo de ordenador, repaso, llamadas, contratos editoriales, etc. Por fin llegó el momento, y quiso el destino que el día en que llegaba “el niño”, yo estuviera en otra ciudad. Al igual que la mamá de Gila, yo no quería que mi niño naciera sin que yo estuviera en casa, así que el repartidor tuvo que volver al día siguiente. Y por fin llegó a mis manos el fruto de tanto trabajo. Con su cubierta azul, tan delicada, tan bonita; con sus fallitos, su belleza, sus mensajes… con todo el amor que yo le puse desde que mi mente concibió la idea.
Ahora toca “enseñar al niño”, como hace todo el mundo. Así que pronto realizaré presentaciones con firma del esperado “Somos Luz ¡Descúbrelo!”. En cada presentación haré una canalización de los Seres de Luz que quieran comunicarse a través de mi. Ellos tendrán su hueco en cada presentación. En este libro han “hablado” poco, así que, tal vez, mi segundo libro sea suyo por entero. Si ellos quieren, yo estoy a su servicio. Yo, su pequeño canal, su humilde servidora, su más fiel esclava.
Gracias por leernos.