a

RESPETO Y ACEPTACIÓN

Amada Selina

Amada Selina es maestra en Registros Akáshicos, canalizadora espiritual y escritora. Se licenció en Periodismo y posteriormente se formó en Sexología, Mediación Familiar y en varias terapias complementarias. Actualmente imparte cursos de formación, conferencias canalizadas y publica libros de temática espiritual.
w

0

Desde niña he escuchado y leido cuentos sobre maestros espirituales. Su comportamiento era incomprensible para mi en aquellos momentos. Ahora, como adulta, puedo entender mucho más el porqué de sus actitudes, y ansío vivir en mi vida, entre otras, estas dos: RESPETO y ACEPTACIÓN.
El respeto es algo difícil de explicar. No se trata sólo de la tolerancia: tolerar algo no es respetar.
Respetar incluye no meterse, no juzgar, no atacar. No se trata sólo de dejar pasar o mirar para otro lado. Se trata de asentir a lo que uno ve sin juzgarlo. El que respeta no enjuicia y está relativamente cerca del Amor.
Si bien, cuando no respetamos algo deberíamos preguntarnos.
1.- En realidad, ¿qué es lo que me molesta?   
     ¿De verdad puede molestarte u ofenderte que alguien lleve tal o cual prenda (bandera, logo, discurso, etc.)? ¿Puedes sentirte ofendido porque alguien se comporte de un moso que a ti no te encaja? Mira porqué tal persona o cual actitud de fastidia. Eso habla más de ti que del otro.
2.- ¿Cómo puedo respetar al otro? Los argumentos son muchos y variados, pero dan igual si tu actitud no cambia. Basta una sola razón: No tienes derecho a juzgar (insultar, atacar, calumniar, difamar, etc.) a otra persona. Eso es todo. Da igual que tengas razón (bajo tu punto de vista) o que… el respeto no entiende de razones, porque no las necesita.
3.- ¿Cómo me siento yo cuando no soy respetado? Esta es una pregunta importante. Parece que está bien visto que uno se defienda a ultranza de cualquier mala interpretación de sus palabras o de sus actos. Se nos dio a entender que debemos defendernos, que eso se llama “asertividad” y que así el otro también aprende a respetar a los demás. Yo era de esta opinión.
Sin embargo, ahora, como canalizadora espiritual y como autora, acepto que tengo seguidores y que también aparecerá algún que otro detractor. Mi misión no es discutir con los unos ni dejarme halagar por los otros. Mi tarea es aceptar ambas opiniones como posibles y ambas como parte de mi crecimiento. El mensajero no es importante, ¿por qué dar importancia a las opiniones ajenas?
Hace poco conocí personalmente a un reconocido profesor universitario que ha publicado varios libros. Su visión de la vida no encaja completamente con el pensamiento mayoritario de sus colegas y por ello sufre no poco rechazo (comentarios, juicios, críticas, etc.) El me recordó la importancia de ignorar cualquier intento de dañar nuestra identidad y nuestro trabajo. O tomando las palabras de mi antiguo director de empresa: “que hablen de uno, aunque sea mal”.
En el fondo los detractores también nos hacen publicidad positiva, porque “nadie tira piedras a un árbol sin frutos”. Así que el respeto empieza por el que es atacado: la mejor respuesta es el silencio.
Sobre la aceptación, ¡qué decir!
Tú, ¿te aceptas a ti mismo/a? ¿Así, como eres? Si tú mismo/a no te toleras, ¿qué vas a hacer con los otros? Aceptar no es callar. Aceptar no es tragar. No se trata de resignarse con un compungido “qué le vamos a hacer”, sino entender que las cosas son como son (ni más ni menos) y que  podemos aprender mucho de eso que ha ocurrido.
¿Qué puedes aprender de eso que no aceptas?
¿Qué te dice tu propia actitud sobre eso?
¿Cómo puedes sentirte algo mejor ante lo que ha ocurrido?
¿Por qué no te gusta?
¿Cómo puedes sacar algo positivo de elo, si lo hay? Si no hay nada positivo, ¿qué puedes hacer?
¿Qué es lo que realmente no aceptas?
Muchas veces ponemos en el otro lo que no queremos oir o ver. ¿Es eso lo que te ocurre?
Cuando haces una crítica a alguien, ¿qué esperas? ¿Cómo te sientes si el otro ignora tu crítica? Tal vez no eres tan importante. Tal vez no estás diciendo nada interesante, ¿podría ser?
Los viejos maestros de los cuentos que mi madre me leía decían: “Muy bien, muy bien”. Ante una crítica o ante un halago ellos asentían “muy bien, muy bien”.
Pues sabiendo a lo que me expongo con este trabajo sencillo de ayudar a la gente en su camino, sugiero que poco a poco, todos, dejemos de ofendernos (y dejemos de ofender) y simplemente digamos: “Gracias por tu opinión”.
Querido lector, ¿crees de verdad que es importante? ¿En serio?

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Suscríbete a nuestro boletín

Recibe en tu correo información actualizada sobre nuestros eventos abiertos al público, cursos online, lanzamiento de libros…, así como nuevos artículos en mi blog que te ayudarán en tu crecimiento personal y espiritual.