La necesidad de estar presente es ahora más evidente que nunca. Los tiempos que atravesamos exigen una mayor consciencia en esta batalla perpetua entre la luz y la oscuridad. ¿Por qué? Mira a tu alrededor, ¿cómo están las cosas? ¿Cómo está tu familia? ¿La gente que te rodea? ¿Y cómo están los países que rodean el tuyo? ¿Y los más lejanos? Se habla de crisis de valores, de falta de consciencia y de la necesidad de «despertar», pero ¿qué rayos significa esto? Sencillamente, significa estar presente. La consciencia no es otra cosa que estar en el aquí y en el ahora con toda la intensidad y la atención posible. Esta disposición interior terminaría con las depresiones, los miedos y, por extensión, con las guerras internas y externas.
¿Cómo podemos hacerlo?
Es simple, pero no sencillo. Se trata de respirar y estar atentos a la respiración y a sus efectos en nosotros. Consiste en mirar y en ver lo que realmente uno está mirando, no las veinte cosas que acuden a nuestra cabeza. Te pido que centres tu atención en este momento. Sí, sé que te lo he pedido muchas veces, en los vídeos y en otros artículos, pero si lo hicieras ya no tendrías que buscar fuera de ti lo que ya sabes hacer, así que… continúa. Hazlo de nuevo. Pon tu atención en tu respiración, ¿qué piensas y qué sientes? ¿Qué pensamientos, emociones o sensaciones aparecen? Este ejercicio es el principio de la consciencia.
No hay que ir al monte a meditar, no es necesario viajar lejos para conocer al gurú de moda, esto es inútil si no prestas atención a lo que te rodea, ¿lo haces? Ese es tu viaje y tú eres tu gurú, tu maestro. Los demás solo apuntamos con el dedo la dirección en la que puedes empezar a caminar, solo eso. Pero la consciencia no está en el maestro, en el método, en el libro ni en la naturaleza, sino en ti. ¿Dónde la ubicamos? Se puede creer que la consciencia está en la cabeza, pero yo no lo creo. Ahí están las ideas y los pensamientos, los prejuicios y los temores, las estrategias y las metas, pero la consciencia atañe a todo el cuerpo. ¿Tienes cuerpo? ¿Y estás vivo/a? Ole, ya tienes la mitad, pues no puedes ser consciente sin estar vivo o viva, así que ya tienes la base: vives. No se requieren estudios ni investigaciones para estar consciente, solo atención, y la atención es una capacidad a desarrollar no un título universitario ni una conquista tediosa. Al contrario, se logra fácilmente poniendo la mirada (literal y figuradamente), el oído, el olfato, el gusto y el tacto en aquello en lo que estás. ¿Estás trabajando? Da el 100%. ¿Estás cocinando? Pon toda tu atención. ¿Vas a ducharte? Haz de un gesto cotidiano un momento sublime. ¿Quieres hacer el amor? Perfecto, y, ¿en qué estás pensando? Si no centras tu atención estarás cocinando en el trabajo, duchándote cuando estás en la cama y haciendo el amor cuando cocinas o te duchas, es decir, totalmente descentrado/a, totalmente inconsciente, ¿y quieres avanzar en tu espiritualidad?
¿Qué cuerpo tienes y cómo te tratas? Ayunar puede ayudar a tu concentración pero pasar hambre elimina tu capacidad de pensar en otra cosa que no sea comida, ¿ves los extremos? La consciencia es un modo de equilibrio. Puede que tardes muchos años en lograr un equilibrio aceptable y sano entre tus objetivos mentales y tu capacidad física, o entre amar a los otros y amarte a ti, pero si no empiezas ahora nunca lo lograrás, por tanto: respira y obsérvate mientras lo haces. Cuando estás presente en lo que haces cometes menos errores, disfrutas más y no hay lugar para el miedo, la rabia o el drama, solo para lo que es, en su justa medida, porque no cabe nada más. ¿Lo has probado alguna vez? Estás tan inmerso/a en algo que ¡nada puede distraerte! Esto es una virtud, no un defecto, pero en esta sociedad de la prisa y el rendimiento se ha sustituido la entrega y la concentración por las cifras y los números, por el «más» olvidando el «mejor», y el ser humano traduce que si hace más y más rápido llegará antes a su propósito, cuando sucede más bien lo contrario. La prisa mata, lo sabemos, pero el peso personal y social nos empuja a seguir corriendo sin saber hacia dónde, como un pollo sin cabeza. ¿Eres eso, un pollo sin cabeza? ¿Eres un ser orientado al rendimiento, la acción, la cantidad o la prisa? Tal vez por eso triunfan las estrategias del tipo «hágase rico en 7 días». Y digo yo, si funcionara, todo el mundo sería rico, estaría sano y sería feliz, pero no es así. ¿Por qué crees que hay un tipo de venta que se llama «venta por impulso»? Porque se logra la venta ofreciendo ventajas fantásticas en muy poco tiempo y por un plazo muy limitado, y, claro, ¡tienes que decidir sin pensar! Ahí tienes el truco: sin pensar, sin reflexionar, sin valorar nada. ¿Acaso no tienes cientos de cosas que no utilizas, que no te sirven, pero que eran muy baratas o que eran únicas? Pues la vida también nos ofrece esa cosas de «rebajas», esas gangas y ofertas que hay que tomar ahora o nunca y que no nos permiten pararnos a sentir, a discernir, es decir, a tomar consciencia de si lo necesitamos, de si realmente nos aportará felicidad o de si solo aumentará los problemas. ¿Me explico?
No hay prisa, y lo digo yo, que vivo acelerada, por eso lo digo por experiencia. No hay prisa, solo consciencia, que es estar presente. Entonces todo se intensifica. Haz la prueba. Regálate diez minutos, basta con diez, para ti, a solas y sin interrupciones, y quédate contigo esos minutos. Si nada te interrumpe y te centras solo en ti ¡verás lo que ocurre! No haré spoiler (no adelantaré nada), prueba, no tienes nada que perder. Si necesitas saber algo, date diez minutos. Si no sabes qué hacer, regálate diez minutos. Si no puedes más, si no entiendes nada, haz esta prueba. Eso sí, no hagas trampas: no vale mirar el teléfono móvil ni escuchar música. Solo vale quedarte en silencio y sentir lo que haya, lo que venga. Eso es estar presente. No admito reclamaciones, yo no sé lo que va a pasar, es un juego, una prueba. ¿Qué es lo peor que puede ocurrir?
Estar presente va mucho más allá de las ideas. La mente se siente privilegiada porque durante milenios el más listo del clan ha sido valorado porque encontraba soluciones a los problemas. Esto tiene su lugar y su momento, pero la mente debe ponerse al servicio del alma en este ejercicio. No hay que pararla ni negarla, solo permitirle hacer su trabajo, pero que lo haga después, más tarde, solo para poner palabras a lo ocurrido durante estos diez minutos de presencia. El cuerpo tiene sus limitaciones. Claro que puede haber dolores, molestias, incomodidad, cosas que no funcionan… pero si pones consciencia te darás cuenta de qué te ocurre y, tal vez, de cómo se ha originado o de cómo eliminar el problema. Solo la consciencia permite saber lo que realmente pasa, lejos de la trampa del intelecto y de las necesidades y limitaciones del cuerpo, la biología. Puede que afloren emociones, que si aparecen es porque estaban, seguramente escondidas bajo el estrés, la exigencia y la prisa. Puede que una falsa espiritualidad, más orientada a la huida que a la presencia, estuviera tapando lo que realmente sientes. Puede que el dolor del cuerpo, la exigencia, los demás (jefe, pareja, hijos, amigos) demanden tanto de ti que, en un buenismo que confundes con amor, estés más fuera que dentro, más en ellos que en ti, seguramente más por ego y por necesidad de reconocimiento que por amor verdadero. ¿Lo has pensado? Puede que sí. ¿Sabes salir de ello? ¿Quieres salir de ello? Puede que aún te compense y por eso persiste. Yo no te digo lo que tienes que hacer, solo quiero que te des cuenta de lo que haces, de lo que quieres hacer y de lo que realmente estás haciendo, ya que normalmente estos tres deseos no coinciden.
Que igual me estoy liando, eh, que tal vez no me explico. Lo que quería decirte cuando empecé a escribir esto es que todos los días recibo mails, comentarios y mensajes de personas que me piden que les ayude a ser más espirituales, que viaje a su región, que escriba más libros y que sortee cursos, pero su espiritualidad y su evolución personal no pueden depender de mi trabajo ni del de tantas personas que hacen algo semejante: tú no puedes depender de otro. Tu crecimiento personal y tu evolución como alma solo dependen de ti, nada la impide y nada la garantiza. Algunas personas como yo ayudamos, puede ser cierto, pero solo apuntamos un camino que has de tomar voluntaria y libremente, o será una imposición, una chantaje o una venta por impulso. Eres libre, yo solo escribo lo que me funciona, lo que me ha servido, y lo que más me ayuda es respirar centrándome en ese simple pero complejo acto involuntario. Lo hago voluntario, consciente, como peinarme, como hacer la cama, como desayunar, como amar. Consciente, pleno, sentido, percibido con todos mis sentidos, los del cuerpo y los sentidos internos. Esto es estar presente y vivir en plenitud, aunque se trate de barrer la casa y fregar los platos. Estar presente es mirarlo todo como se mira al amante, respirar como si fuera el último día, saborear el instante apreciando que no va a volver, que es el último, porque así es.
Este es el paso de avance que te propongo hoy. Esta es la espiritualidad que quiero para mí, para la gente que amo y para los que seguís mi trabajo: una espiritualidad real, íntegra, total, que nos lleve a vivir conectados a la luz que somos en cada instante. ¿Te unes? Cada vez somos más. Mira por la ventana e intuirás el brillo de millones de personas maravillosas que quieren sacar lo mejor de sí mismas. Brillar está de moda, pero solo se logra en el instante presente.
Para empezar te diré que yo no tengo ni idea pues soy, por naturaleza, una persona inquieta e impaciente y mentalmente activa. Sin embargo, la humildad para pedir ayuda a otros que saben más, sí la tengo. No me refiero solo a expertos en la materia, maestros o amigos que dominan este asunto, sino que también aprovecho toda la ayuda que el mundo espiritual nos ofrece y por eso les he pedido a mis maestros que nos ayuden con este objetivo.
Pero, ¿es posible tener paz interior?
He visto muchísimas personas en mi vida que parecen estar en un estado de calma profunda casi siempre. Incluso las situaciones graves parecen alterarles bastante poco. Tengo la teoría de que si una persona puede hacerlo, otra persona distinta también puede, tardé más o menos, lo haga mejor o peor, pero puede hacerlo. Animada por este pensamiento he decidido observar y copiar cómo lo hacen.
En primer lugar han eliminado de su mente la idea de un mundo perfecto. Parece que saben que este mundo puede mejorar pero que será una mejoría paulatina, sutil y, desde luego, muy lenta. Admitiendo esto contemplan cada acontecimiento como una forma natural y “normal” de cómo transcurre la vida. Es decir, lo ven todo como si fuera correcto, o, al menos, como si estuviera bien.
En segundo lugar, cuando ocurre algo doloroso o dramático se enfocan en la solución o en la salida, es decir, miran cómo van a resolverlo o, como mínimo, cómo sobrellevarlo sin perder la cabeza. No se quedan en el sufrimiento o en la rabia y la culpa, que es lo que nos suele mantener adheridos a los duelos de una forma crónica. Estas personas dice “vale, ha pasado esto, ¿cómo lo supero?”. Y desde luego no se toman nada como algo personal. Pensar que las personas actúan para hacerte daño o porque quieren algo de ti es una idea dañina y normalmente equivocada. El ego te hace creer que eres el centro de la vida de otro o el foco de atención de una empresa, una institución, del gobierno o incluso de los dioses. Esto es ego. Ni tú eres tan importante ni el mundo gira en torno a ti, y las personas que gozan de paz interior lo saben.
Otra cosa que hacen bien es que desdramatizan. Parecen recordad que ya han atravesado otras crisis y que las han superado. Saben que en el universo hay ciclos para todo y asumen que nada es permanente, de modo que no se aferran a las personas, a las ideas y mucho menos a las cosas materiales.
Todos ellos tienen algún ritual personal que les lleva a un estado de paz y calma que, cuanto más lo practican, más se fortalece hasta llegará a ser una segunda naturaleza. Es decir, que saben que las personas podemos cambiar.
Estas son algunas de las actitudes y comportamientos que he observado en la gente que tiene calma y equilibrio en su interior, pero, ¿qué más pueden decirnos los seres espirituales? Y me dijeron esto:
“Sé inteligente y mide los efectos del nerviosismo y la impaciencia en ti, ¿qué le hace a tu cuerpo? ¿Qué pensamientos te genera? ¿Qué comportamientos favorece? No parece que las prisas te hagan sentirte mejor. Cuando estás en la prisa ni estás en ti, y por la tanto, tampoco puedes estar con nosotros. Cuando estás viviendo desde la urgencia o desde la idea de un mundo perfecto, que es imposible, vivirás la frustración constante de darte con la cabeza en un muro, y la soluciones bien sencilla: aparta la mente y ve al corazón. Ahí reside la energía necesaria que te permite ser paciente, comprender sin juzgar, amar sin exigir y disfrutar sin culpabilidad. Es en tu interior donde siempre estuvo la paz, pero tú sueles ir a tu cabeza, donde solo hay barullo y ego. La mente tiene su misión, pero el remanso de paz de tu corazón está dentro del cuerpo, dentro del pecho, y si conectas con ese lugar todo se vuelve ordenado y sencillo, sin exigencias ni dolor. Esta es la manera de vivir que te sugerimos para que mejoren tu salud, tus pensamientos, tus relaciones y tu a prosperidad material. Nada importa salvo el corazón”.
Creo que tenemos muchos más recursos de los que consideramos y utilizamos. Todos conocemos a alguien que es feliz y vive en paz. Si estás leyendo esto seguramente ya has leído sobre este mismo tema docenas de veces, tal vez más. Creo que intuyes cuál es el camino para vivir en paz. Si es así, ¿qué te impide estar en paz? Creo que nos falta práctica. Nos falta ponernos manos a la obra. Carecemos de la voluntad de movernos hacia el objetivo deseado y nos pasamos la semana buscando soluciones fuera cuando, tal vez, ya tengamos todo lo que necesitamos para ser felices, completo y acercarnos a la iluminación. ¿Y si fuera verdad que solo tienes que respirar y centrarte en eso? ¿Te imaginas que bastara estar centrado en lo que haces, y eso fuera la verdadera paz? ¿Y si pruebas?
Yo lo haré ahora mismo. Tengo un postre que compré esta mañana. Me está esperando. Estoy disfrutando solo al pensar que lleva horas en mi casa y que el chocolate se huele desde aquí. No exagero, es que mi casa es muy pequeña y puedo oler el postre desde el sofá. Pero vamos más allá. Me acercaré a por el postre, ¡caray, las calorías! Oh, vaya, ¿voy a dejar que la exigencia estética me fastidien este instante? No, me prometo hacer más ejercicio mañana, conscientemente claro, sufriendo y sudando, pero con gusto, y solo pensar esto ya siento paz. Me acerco a la cocina. Miro el paquetito que contiene mi postre, ¡jope, qué pinta! Es comida basura, que es un día al mes, o cada dos meses, viva el chocolate. Así que me preparo un platito antiguo que tengo, mis cubiertos favoritos, y le doy un calentón al postre ¿por qué no? Que se derrita. Espero pacientemente los 15 segundos que funden el chocolate de mi postre y, ¡vaya, se me hace la boca agua! No puedo pensar en otra cosa, ¡qué capacidad de concentración tenemos cuando queremos, pardiez! Si me llaman ni oigo. Abro el microondas, saco lentamente mi postre, como si fuera una ofrenda. Lo llevo parsimoniosamente al salón. Subo la música, me acomodo en el sofá con mi manta de cuadros y me preparo para meter la cuchara. ¿Poco o mucho? Dudo. ¿Cómo sabrá mejor? ¿Una pequeña cantidad o llenarme la boca con una gran porción? Me decanto por un pequeño bocado, y escucho atentamente el suave sonido que me anticipa el deleite. Finalmente, lo pruebo. Mentalmente digo unas cuántas palabras malsonantes que evito escribir y que dan fe de la calidad de mi capricho y de su maravillosa textura. ¡Qué gozo! ¡Qué alegría! ¡Me aporta paz, sí! Pero observo críticamente que no se trata del sabor ni de su cuidado aspecto, sino de la libertad y placer que acompañan este ritual. Así que la paz, ahora lo comprendo, no estaba en el chocolate, como no lo está fuera nunca. Ni en los sueños logrados, ni en los demás, ni siquiera en Dios. La paz, inequívocamente, estaba en mí. Cuando me centré completamente en el disfrute de este gesto tal vez poco saludable pero sumamente placentero, me permití estar en el momento presente, así que es evidente que ¡se puede! Solo hay que intentarlo. Si mi momento de paz no depende de algo tan tonto como un trozo de pastel, ¿podría repetir este ritual con otras cosas? Si le dedicara la misma atención a otros aspectos de mi vida, ¿cómo me iría? Limpiar la casa, hacer la cama, ir a trabajar, contestar por teléfono… ¿Podrían darme paz los sucesos cotidianos? Si realmente es mi actitud la que me aportó sosiego, ¿podría vivir con tranquilidad otros momentos del día? Sentí que sí.
Tal vez tenemos la idea de que la paz profunda y mantenida es cosa de sabios veganos célibes y rapados que tienen voto de silencio, y no de gente como tú y como yo. Pero no puede ser que vivir con sosiego esta vida esté reservado a cuatro iluminados. Al contrario, si ellos pueden, nosotros podemos. Es un de mis mantras, uno de mis principios básicos. Así que, el pastel (que, por cierto, me lo he comido sin dejar ni una miga) me ayudó a darme cuenta que la paz no puede estar fuera, sino dentro de nuestra mente, que ve la experiencia como algo positivo y que se entrega a ella con toda el alma. Supongo que no hay paz sin alma. Si esto es así, siempre que ponga el alma en algo tendré paz. Probemos.
Tengo que trabajar. Trabajaré con toda el alma. Conscientemente respiraré, sentiré cada palabra, cada encuentro.
Mañana me toca limpieza a fondo, qué rollo. Pero pondré toda mi atención. En cada centímetro de suelo, en cada azulejo, llenado de luz y de consciencia cada rincón de la casa. Ah, y también he de ordenar un armario, que tengo ropa de la época de la Grecia clásica. Toca revisar, tal vez reciclar, regalar. ¡Qué hermosos tejidos! ¡Qué maravilla poder donar algo que no me pongo, pero que me sentaba bien y me hacía feliz! Ahora podrá disfrutarlo otra persona, y pensar eso dibuja una sonrisa en mi cara. Así que, ¿esto era la paz? Poner consciencia en cada acto, en cada palabra, en cada gesto. ¡Qué alegría! Practicaré toda esta semana. ¿Y tú? ¿Vas a esperar a que un gurú del éxito te diga qué hacer con tu vida? Como dice la canción «quizás bastaba respirar, solo respirar, muy lento…» La respiración pausada, consciente, me acerca a mi propio corazón, al lugar recomendado por los maestros para estar en luz. Ahí, donde reside la luz, donde solo hay amor y conocimiento. Ahí donde ya no hacen falta de fuera. Yo he probado. Ahora tú, deja de leer y aplícate. Ahora tú, prueba. Respira y siente la luz que te habita, a pesar del caos exterior puede haber calma en ti. Y ahora, que la paz sea siempre contigo. Y si no te funciona, siempre quedará el chocolate, como dice Axel.
El equilibrio entre dar y recibir es algo difícil de lograr. Desde que el bebé empieza a saberse diferente o ajeno a su madre comienza un camino de independencia emocional que, a veces, le lleva toda la vida. ¿Dónde está la clave para darse a uno mismo y dar a los demás? ¿Dónde reside el misterio que nos permite recibir sin sentirnos incómodos o en deuda? Al nacer dependemos totalmente de otras personas, la madre, el padre u otros que nos nutren y cuidan. Con los meses nos hacemos conscientes de que somos otro cuerpo distinto, que la madre es otra persona, otro lugar. ¿Habéis visto a un bebé «descubrir» sus pies o sus manos? La reacción es asombrosa y requiere un tiempo para que el cerebro pueda comprender este hecho maravilloso: es un ser diferente a otros, y es independiente. Durante los primeros años dependemos completamente de otros, es decir, recibimos. Cuando vamos creciendo aprendemos a dar. Ya sea un abrazo o un regalo, los niños empiezan a entregar a los padres o a otras personas lo que pueden, lo que tienen. Si pudiéramos volver a esos años sentiríamos la hermosa y gratificante sensación de aceptar si peros el amor y los cuidados que otros nos dan, así como la alegría interior cuando dábamos algo, por pequeño que fuera.
La vida sigue y pronto comprobamos que no siempre vamos a recibir, que esperamos cosas que no llegan, que cuando no llega lo que esperábamos sentimos frustración y rabia, y que terminamos exigiendo o manipulando al otro de maneras más o menos obvias. Por otra parte, el amor con el que dábamos nuestra sonrisa o una flor del campo que llevábamos a mamá tras un paseo empieza a diluirse bajo la expectativa de lo que otro nos entrega o nos devuelve. Me temo que es en esa fase donde comenzamos a volvernos dependientes emocionalmente.
¿Qué es dar? ¿Qué es recibir?
Y, ¿por qué nos cuesta recibir y aceptar un piropo, una invitación o un presente? ¿Qué pensamos de nosotros mismos que nos hace sentir que no somos merecedores? O, ¿qué pensamos de los demás que nos hacen sospechar de sus intenciones? Haz los deberes, yo solo tengo la misión de pensarlo en voz alta para seguir creciendo y compartirlo por si quieres crecer tú también. Vuelvo a las preguntas que me hago, y reflexiono. Hace poco me pusieron un ejemplo: vas a una cafetería y cuando llega tu café o tu té, viene acompañado de una galletita, ¡ole! ¡Qué alegría! Aunque no te la comas, pero queda muy bonita junto a tu taza. Vuelves al día siguiente y al pedir tu café ¡otra vez igual, galletita! ¡Madre mía, viva este local! Y, oye, que te «fideliza» y sigues yendo. Pero, de pronto, un día, pides tu café o tu té, y ¡oh, shit! ¿Y la galletita? ¡Qué nunca te la comías, pero te daba alegría ese detalle! ¿Y dónde está? Imagino tu cara: la buscas tras la taza, miras las otras mesas por si otros clientes tienen galleta y tú no, pero nada. Te frustras, te enfadas, y si eres una persona atrevida, le preguntas al camarero: «Oiga, ¿y la galletita que ponen siempre?» Y él, sonriente y profesional, como siempre, te dice que hoy no hay. ¿Cómo te sientes?
La galleta era un regalo, un acompañamiento, cortesía, pero no es una obligación. Claro, te has acostumbrado y ahora, la esperas, pero además, ¡la exiges! ¿Te ocurre algo así en tus relaciones personales?
Tal vez eres una persona muy bien educada, discreta, amiga del diálogo, y entonces no te quejas, no protestas, pero expresas tu disgusto de otra forma. Dejas de saludar al entrar, pides azucarillos al camarero, y luego servilletas, y te vas sin despedirte y sin dejar propina. Si expresas así tu disgusto tal vez eres una persona pasiva-agresiva. El camarero no adivina qué cuernos te pasa, pensará que tienes un mal día, porque es incapaz de imaginar que ni le saludas solo por la dichosa galleta, que además era gratis, ¡jolines, que es un regalo! Pero nunca lo sabrá, porque tú, una persona discreta, educada… o cobarde y exigente no aceptas que las personas dan lo que pueden y lo que quieren. Pues, por propia experiencia, cuanto antes aceptes esta realidad, mejor para ti y para todos.
Cuando te ofrecen algo o te regalan algo sin pedir nada a cambio piensas ¿por qué a mí? Y yo me pregunto, ¿cuál es tu nivel de autoestima, que no aceptas que alguien te dé algo sin esperar o pretender nada? O tal vez, tú sí regalas o piropeas o invitas cuando quieres algo, no sé, piénsalo a ver.
¿Cómo te sientes cuando te dicen algo bueno? Ante el halago, ¿qué sientes? ¿Qué piensas? Y, ¿cómo reaccionas? Un regalo nos alegra cuando somos niños y nos genera problemas cuando somos adultos, qué curioso. Pues volvamos a ser niños. ¿Qué hacías cuando te daban algo? Decías gracias (según el barrio) y lo disfrutabas, como si no hubiera nada más en el mundo. Y a veces, para equilibrar esa balanza, dabas un beso, un abrazo o incluso buscabas con la mirada algo que entregar a cambio para compensar. Así funciona el equilibrio, permitiéndose dar, permitiéndose recibir.
Hace tiempo vi un vídeo de no recuerdo quién en el que explicaba cómo mejorar nuestras relaciones. Recuerdo que el tipo del vídeo decía que en una pareja (aplíquese a otro tipo de relaciones) una persona da, entrega, y la otra puede recibirlo, rechazarlo, y después, quedárselo sin más, o dar algo al otro. Vayamos por partes.
1.- Si recibes disfrutando, ¿imaginas la alegría del otro? La otra persona se alegra profundamente de que «su regalo» te guste, sea lo que sea. La persona que regala se siente ver al ver tu disfrute, tu alegría, ¡le hace feliz verte bien! ¡Es increíble! Pero es que cuando alguien te quiere, le encanta verte feliz, al menos en mi barrio.
2.- Si al recibirlo, bajas la mirada, te sientes incómodo o incómoda, si lo rechazas abiertamente, se produce un corte entre los dos. La energía de entrega que iba hacia ti se frena en seco, por lo que sea, tú tendrás tus motivos. De hecho, rechazar un regalo se interpreta socialmente como el rechazo a la persona que lo da y a cualquiera de sus propuestas o intenciones. Por eso, cuando no te gusta una persona o no quieres continuar una relación, rechazas lo que te dé.
3.- Imagina que tomas lo que te dan, ya sea afecto, tiempo, unas flores o chocolate, ummmm. ¿Te lo quedas y ya está? ¿Lo disfrutas para ti y se acabó? Efectivamente, no tienes obligación de «devolver» o pagar nada, así es. ¡Disfruta! Pero imagino que, si esta situación se produce un día, otro día, y así cincuenta veces, y tú solo sonríes y lo aceptas, ¿no se produce un desequilibrio? Solo lo pregunto, eh, no lo sé. Pero, si tú siempre tomas y el otro siempre da se genera una deuda, un cansancio que suele terminar con la retirada de uno de los dos. O el otro se cansa de darte sin recibir nunca, o tú te sientes mal por recibir siempre y no dar nada. Esto ocurre a veces con las personas que dan mucho, pero mucho, o que siempre hacen regalos caros, ya que la mayoría de la gente nos sentimos incómodos si no «llegamos» al mismo nivel. La primera vez no importa, pero tras unos años la relación se resiente.
4.- Por último, puede ocurrir que aprecies tus regalos y los disfrutes, ¡bien por ti! Pero que, llevado por un deseo profundo de agradecer, ojo, agradecer, no compensar o pagar, que no es lo mismo, ¡tienes un gesto de cariño! Tu gesto de agradecimiento equilibra la balanza de modo inconsciente, y a la vez, vuelve a desequilibrarla, porque el otro, pareja, amigo o compañero, que te aprecia mucho, vuelve a darte un poco más. ¿Ves lo que ocurre? El ciclo comienza de nuevo, y entonces tú le invitas. Otro día él/ella te da una sorpresa. Entonces tú le haces una tarta, y él o ella te envía un mensaje expresándote cuánto le importas. Y así, ad infinitum.
Bueno, gente, esto son teorías, lo vi en YouTube y lo pensé. ¿Será tan sencillo cuidar las relaciones? ¿Consistirá en saber recibir sin miedos, sin huida y sin peajes? Cuando quieres a alguien, ¿no te apetece tener mil detalles con las personas que amas? ¿Lo haces con amor o porque quieres obtener algo? Anímate, siéntelo desde el corazón y crece. ¡Uno más para el Club de los Sintientes, oh yeahhhh!
Hala, ya tienes deberes para esta semana.
A veces queremos tomar solo una parte. Entonces intentamos cambiar al otro. Aceptamos lo que nos gusta de nuestros padres, pero rechazamos muchas cosas, aunque aceptarlos por completo nos hace sanos y grandes, pues al rechazar algo de los padres, en el fondo estamos rechazándolo en nosotros mismos, pues venimos de ellos. A veces apartamos a uno de los dos, pero claro, somos un cincuenta por ciento de cada uno, así que imagina las consecuencias. Ojo, aceptar a los padres como son no significa ni que sean perfectos ni que todo lo hagan bien, sino que venimos de ellos y les debemos honra y respeto. Y en los amigos o la pareja, ¿cómo no aceptar al otro como es completamente? Recuerda que la otra persona también te acepta a ti como eres, con todo. Recuerdo una compañera de trabajo que decía: «Cuando mi marido sale con la moto, me quedo con el alma en vilo… pero, claro, yo lo conocí con moto». ¡Me encantó cómo lo dijo! Primero, porque conocemos a la gente como nos llega, con todo el lote, y somos libres de quedarnos ahí o de irnos, totalmente libres, no hay obligaciones de amar a nadie. Segundo, querer cambiar a las otras personas es una falta de respeto, sobre todo si la persona ya era así al comienzo de la relación contigo. Y tercero, ¿tú eres perfecta o perfecto? ¡Qué suerte! No lo sabía. Pero si no eres la perfección personificada, recuerda que seguramente tienes aspectos mejorables y haces cosas que a la otra persona no le agradan. Se puede negociar, pero no se puede exigir.
Me encanta un cuentecillo que oí una vez. Una mujer buscaba al hombre perfecto, y tras mucho buscar, ¡lo encontró! Pero estaba casado con la mujer perfecta, ja, ja, ja.
Yo, por mi parte, voy a revisar en mí las verdaderas intenciones con las que hago un regalo. Tengo que observar si realmente me sienta bien lo que otros me ofrecen o me entregan. Tengo que mirar también cuáles de mis palabras y de mis actos nacen realmente de mi corazón. Pero soy, valiente, me gusta mirarme al espejo sin maquillaje y sincerarme. Me gusta «regalarme» verdades y tirar las pequeñas mentiras que me cuento sobre mí, me encanta desechar las excusas y los «peros». Es duro, claro, pero no se forma el hierro entre algodones.
Muchas personas me preguntan sobre el sexo en relación a la espiritualidad. Me consultan si hay problema en practicar sexo, si dificulta la canalización, si se pueden tener relaciones sexuales y ser espiritual… Mi respuesta es: ¿qué es para ti el sexo?
Volveré a recordar mis estudios de Sexología para explicar de nuevo que se habla de sexo cuando se hace alusión a la biología, es decir, al cuerpo, que está sexuado en femenino o en masculino. Las especies sexuadas tienen individuos machos o hembras, y se necesitan ambos para procrear.
La sexualidad se refiere a la orientación o la preferencia, a lo que nos atrae: la heterosexualidad o la homosexualidad, es decir, si nos atraen sexualmente las personas del otro sexo o las de nuestro mismo sexo. Y la erótica es la expresión real de nuestros deseos, o dicho de otro modo, lo que vivimos y cómo expresamos nuestro deseo y nuestras preferencias.
Dicho esto, me pregunto, ¿por qué ser hombre o mujer sería contrario a ser espiritual? Segundo, ¿por qué sentirse atraídos por hombres o por mujeres sería negativo o anti-espiritual? Y tercero, ¿por qué vivir y expresar nuestros deseos sexuales, siempre con el consentimiento del otro y siempre entre adultos, podría ser algo alejado o contrario a ser espiritual?
En muchas culturas antiguas la práctica sexual era una forma de conectar con la naturaleza e incluso con Dios, pero ¿dónde se perdió el disfrute de lo sexual como acceso a la experiencia del alma? Tal vez la cultura judeocristiana o el pensamiento de Platón, que hace tanta diferencia entre cuerpo y alma, sean los principales responsables de que muchos aún vean estas dos realidades como aspectos opuestos e irreconciliables. Sin embargo, creo firmemente que, si somos energía que habita un cuerpo, ¿cómo podría ser nuestro cuerpo algo negativo? Nuestro vehículo en la Tierra, el cuerpo físico, tiene necesidades básicas, pero lo necesitamos para nuestra evolución y misión espiritual, así que, de nuevo, ¿cómo puede haber algo negativo, sucio u oscuro en el vehículo corporal que nos permite cumplir nuestra misión más excelsa?
Por otra parte, si realmente tenemos chakras o vórtices energéticos que permiten el paso de la energía y nutren nuestros diferentes cuerpos (físico, etérico, emocional, mental, etc.), ¿puede ser un chakra más importante que otro? ¿Podría haber algún chakra inadecuado, incorrecto o mejorable? Si la energía que nos atraviesa requiere que todos nuestros vórtices estén más o menos equilibrados y limpios, ¿sería correcto cuidar los chakras superiores y obviar las necesidades de los primeros?
Por estas razones entre otras muchas, defiendo el cuerpo en toda su dimensión, en todas sus zonas y órganos, incluidos por supuesto los genitales. Y aparte de la salud física de nuestros órganos sexuales creo que deberíamos conocer sus funciones, sus particularidades y su potencialidad, pues es mucha y también sirve a la luz y al alma. El problema principal de los genitales es doble. Por un lado, están junto a la vejiga y al ano, por lo que, de nuevo, se relacionan con lo sucio, lo oculto, lo maloliente, … lo que rechazamos. Por otro lado, los genitales son los responsables de la reproducción, con todo lo que conlleva. Por estos motivos, lo más sencillo fue que convencer a la humanidad de que se olvidara de “lo de ahí abajo”, prohibiendo mirarlo (incluyo la pintura y la escultura) o tocarlo (bajo duros castigos físicos). Solo es un breve resumen, pero es fácil imaginar cómo la humanidad, en líneas generales, rechaza el conocimiento, la atención y el disfrute de sus órganos sexuales.
La sexualidad no está ahí abajo, lo repito, entre las piernas solo está el sexo biológico. La sexualidad como expresión de uno mismo está en todo el cuerpo y nace del cerebro y/o del corazón. El impulso que nace del cuerpo exclusivamente podríamos llamarlo deseo, apetito sexual, hambre, ganas… Pero se trataría de una descarga física, a solas o con otra persona, que no solo no eleva el alma, sino que puede perjudicarle. Puede que esta realidad haya impedido que sepamos más sobre nuestro propio deseo, sobre por qué deseamos sexualmente a este o a otro, o sobre qué buscamos y qué ofrecemos en nuestros intercambios sexuales. ¿Me explico?
Sobre el deseo, he de explicar algo que estudié hace muchos años. El deseo puede dividirse en tres áreas o necesidades: la descarga física, sentirse deseado/a y la comunicación con el otro. ¿De qué está hecho tu deseo? Supongo que cuando somos más jóvenes tenemos más necesidades propias y menos necesidad de relación, y con la madurez, creo que ocurre lo contrario. Por tanto, ¿qué hay de negativo en el deseo de comunicarse a niveles profundos con otra persona? ¿Cómo puede ser sucia o rechazable una forma de comunicación humana tan corporal? Si en la relación sexual podemos comunicar nuestro amor a otra persona, ¿cómo podría esta exquisita experiencia ir contra el alma o disgustar a nuestro Creador?
No conozco ejercicios taoístas ni practico el sexo tántrico, pero sé por experiencia y por mi formación que cuando se pone amor en el contacto íntimo solo puede haber un aumento de amor, incluso aunque la experiencia a nivel físico sea bastante normalita. ¿Me sigues? La experiencia sexual con una persona que nos atrae o a la que amamos puede llevarnos a una conexión muy profunda con nosotros mismos y también con el otro. Pero, y esta es una gran noticia, el sexo con amor puede acercarnos al amor del Creador. En serio, no exagero. El sexo nos da consciencia siempre que estemos centrados en vivir la experiencia desde el corazón, no desde los genitales, pues no se hace el amor con el cuerpo sino con el alma. Por eso no hay nada erróneo en los diferentes tipos de deseo, no hay pecado ni tara en las distintas preferencias sexuales y no hay nada negativo en la práctica sexual respetuosa para uno mismo y para el de enfrente, pues, si nace del amor, cualquier gesto es sublime. Incluso en lo relacionado con lo que nos erotiza, a veces es más excitante una mirada o el roce casual de la persona deseada que el acto sexual en sí. Si lo dudas, prueba.
Insisto en la importancia de cuidar y respetar las necesidades del cuerpo, pero toda práctica corporal (dieta, ejercicio, yoga o sexo) pueden vivirse desde el yo profundo y no solo desde las necesidades de nuestro cuerpo o de nuestra mente. El sexo vivido desde el corazón nos acerca a nosotros mismos, al otro y a Dios, sí, lo digo una vez más. Nada malo, oscuro o sucio puede haber al respecto en una sexualidad consciente. Lo de que los genitales estén junto a la uretra o al ano es cuestión de diseño, pero con una higiene razonable, como sexóloga no le veo problema alguno. Nada feo hay en el cuerpo, todo es hermoso en él, como lo es en el alma.
El otro día me paré a sentir. Puede parecer que lo hago todos los días, pero no. Cada día me despierto con algún ruido cotidiano (en tu caso, tal vez sea el despertador) y mi piloto automático se dirige al cuarto de baño y después, irremediablemente, mirada al móvil y viaje a la cocina. Con los ojos entreabiertos y los pelos descompuestos preparo un ritualizado y aburridísimo desayuno y, sin saborearlo, me llevo mi té o lo que sea, aún sin terminar, a la habitación de los libros. Y así, sin pararme a sentir, enciendo el ordenador y espero que la fuerza me acompañe y guíe mi tarea. Cada mañana lo mismo, más o menos. ¿Te suena un poco? Entonces me di cuenta de que no estaba sintiendo la vida, solo sobrevivo, ¿y tú?
Hace unos días mi maestro me invitó a sentir, que ya ni recordaba cómo se hace. Algo tan natural en nosotros se ha perdido con el paso de los años y la mayoría de los que habitamos el planeta hemos optado, consciente o inconscientemente, por vivir con menos intensidad. Las obligaciones cotidianas, las responsabilidades, y por supuesto, el miedo al sufrimiento, nos han hecho respirar superficialmente, evitar mirar de frente las cosas y a las personas, y sentir solo lo justo. Este funcionamiento, que puede salvarnos de un gran sufrimiento en un momento dado, ha hecho que pasemos por la vida sin saber ni lo que llevamos puesto, ni quiénes somos ni lo que queremos. Desde aquí te propongo hoy que saques un rato para estar contigo, aunque sean diez minutos, ¡vas a flipar! (Nota: en español de España flipar significa coloquialmente «quedarse maravillado o admirado» y también «asombrado o extrañado»).
¿Cuál será el resultado? Experiméntalo tú, pero para que no te pille muy por sorpresa te anticipo que, si te permites sentir, vas a conectar con quién eres realmente y con grandes verdades sobre la vida que no podías ver por no sientes. ¿Cómo hay que hacerlo? Bueno, yo acabo de empezar, no sé muy bien qué decirte, pero lo esencial es querer. ¿Quieres? Tal vez notes un «nooooo» dentro de tu cabeza, porque el niño asustado que vive en tu interior no quiere experimentar mucho, no vaya a ser que pase algo malo. Fíjate que un niño sano siempre tiene deseo de subirse a los árboles y de tirarse por un terraplén, pero un niño herido se queda en un rincón y no quiere ni moverse. ¿Cuál de los dos tienes dentro? Pues aunque no tengas ganas, hazlo. Aunque temas el resultado, sentir no ha matado a nadie nunca, que yo sepa. Al contrario, cerrar los ojos y permitirse escuchar el propio cuerpo ha salvado más de una vida. Escuchar lo que uno es, desea o teme es la base del crecimiento personal. Atreverse a poner nombre a lo que uno experimenta le da poder y fuerza, y expresarlo, al menos a sí mismo, le hace más humano, y por tanto, más conectado a todo.
Yo no sabía ni por donde empezar, pero ¡me lancé! Respiré, cerré los ojos, y sentí, y ¡oh maravilla! Esto sí que es vida.
Imagen de Leohoho
SENTIR DA PERSPECTIVA
Cuando experimentas el ahora tienes una mejor visión del conjunto. Te percibes frente a todo, el tiempo se para y puedes atisbar lo que realmente está sucediendo. ¿Qué estás evitando? ¿Qué deseas que no sabes alcanzar? ¿Qué le pasa a tu cuerpo, abandonado en una esquina, al que, a veces, solo utilizas como animal de carga? ¿Y qué dice tu corazón? Tal vez has olvidado que lo tienes por miedo al dolor, a un nuevo desengaño, a una caída mil veces repetida. Sin embargo, si estás aquí, es que aún funcionan tu cuerpo, tu corazón, tu mente y por supuesto, tu espíritu. Pues bien, ¡dales alas pa volar! Deja que la respiración te conecte con tu verdadera esencia. Permite que el aire que entra en ti se lleve las viejas tristezas y deje todo limpio para uno nuevo paso. Respira borrando la idea del error y viendo cada acto y cada suceso como pasos necesarios para verte hoy así, tan francamente, tan desnuda/o frente a ti. Entonces anota en tu interior la ristra de emociones que tenías guardadas y que no podías ver bajo el polvo de los años. Mírate de frente y observa lo que ocurre en ti cuando sientes cada bocanada de aire. ¿Lo notas? Yo diría que brillas… Emites un fulgor indescriptible porque estás hecho/a de estrellas. Y entonces todo lo de afuera se coloca. Todo se ordena. Todo se calma. El estrés ya no es necesario. La ansiedad puede irse a dar un paseo. La tristeza no encuentra pupitre donde sentarse. Si haces esto, la vida, asombrada, te mira de modo desacostumbrado, cargada de pasión y de fuerza, haciendo que cada experiencia sea, ahora sí, real. Cada cosa que ocurra a partir de este instante tocará todas tus células, todas tus neuronas. La vida rozará todos los poros de tu piel y todo cobrará sentido. Se irán los temores y los miedos, se disolverán los traumas, volverán el juego y la risa, será algo así, como estar enamorado.
¿Imaginas? ¿Sentirte enamorado de cada instante, de cada tú que te habita, sin juicios ni urgencias? Pues tal vez la vida es eso: amarse como uno es, aceptar lo que siente y ponerle nombre, si quiere, y decirlo, si quiere, y vivirlo. Tal vez, solo consiste en respirar, en poner la mano en el corazón y en decirse: «sí, quiero». Y vivir.
Cuando temes, ¿no notas tu corazón más pequeño? El pobre se encoge y se entristece, se vuelve gris, opaco (yo lo he visto), y no tiene ganas de sonreír. Entonces él intenta por todos los medios que tu alma y tu mente esté tristes y negativas, porque así se siente mejor. Algo en ti te hace recordar canciones melancólicas, hechos dolorosos, personas que ya no están, y podrías estar llorando una semana o dos. Pero si respiras en el corazón y le dices: «Yo te cuido, no va a pasarte nada malo, vamos a dar una vuelta y a lucir palmito», verás que todos los colores multiplican su belleza, que los sonidos se amplifican, que las personas son hermosas o que cada pájaro y cada árbol pueden sentir tu presencia. Cuando sientes te conectas con todo el que siente (perdón por la redundancia). Hagamos un club de sintientes, que cada vez seremos más.
SENTIR INFORMA
A veces no sabes lo que pasa dentro de ti. Te duele algo o tienes una molestia y no sabes la causa. O estás triste y desconoces el porqué. O puede que tengas cólera, agotamiento, nostalgia… Pues la respuesta está dentro de ti. Esta frase tan manida (tan de Facebook) la has oído cientos de veces, pero, realmente ¿buscas en tu interior? Creo que si sientes tu cuerpo encontrarás algo de información de lo que te ocurre. Creo, de verdad, que si te paras a sentir lo que te pasa descubrirás la raíz del problema. Y creo también que si sientes sin expectativas puedes conectar con toda la información del universo. Es una opinión, pero ¿no te apetece probar?
EN EL AMOR
Tal vez amar no era más que sentir. Cuando miramos desde lo profundo todo puede ser bello y todo tiene un sentido. Seguramente amar solo era eso: mirar completamente, con intensidad, entregándose al acto de mirar. Esa actitud es la base del amor y también de la pasión, pues no ama quien no se apasiona. Si te permites experimentar sin red los acontecimientos cotidianos; si eliminas las barreras que al sentimiento la mente le pone; si te lanzas a descubrir la gran capacidad que tienes para vivir intensamente cada instante, podrás comprobar que eres una fuerza imparable vestida de persona y que habitas en este universo para tu expansión y la de todo lo que existe. Así que, guárdate el miedo en un bolsillo (o mejor aún, tíralo a la basura, contenedor marrón) y disfruta de ser tú en este momento y en este lugar. Que todo lo que eres se conecte con el amor que ha creado esto, aunque no lo entiendas. Que tu alma habite por entero cada célula de tu cuerpo y pongas en corazón en todo lo que haces, y si no, mejor no lo hagas. Que te entregues al dulce vaivén de la vida, que te arriesgues, que ya sé que la vida mancha, pero ¿quién dijo miedo?
VIVIR CANSA, PERO MOLA
Hace unos meses vi la obra de teatro Matar cansa. El protagonista describe algunos de los crímenes y de los hechos más relevantes de la vida de un asesino en serie al que admira con veneración. Pues bien, además de un texto impecable y una interpretación magnífica por parte del actor Jaime Lorente (Denver en la serie La casa de papel), la obra es un ejemplo de pasión. Salí del teatro como en trance, con infinito placer por haber entendido un modo de pensar y de sentir distinto al mío. Sin juicios, admirando la pasión del protagonista hacia otra persona y sus actos, por más que estos sean condenables. ¿Qué sucedió? Simplemente, que la obra me ayudó a sentir cada palabra del texto dramático, cada gesto, y por supuesto, que me permití sentir lo que todo eso que pasaba fuera provocaba en mi interior. ¿Qué hay de malo en sentir? Para eso está hecha la vida, y en nuestra existencia, no podemos experimentar esta dimensión sin ocupar completamente el cuerpo, sin utilizar la cabeza para elaborar procesos intelectuales y sin sentir en el corazón cómo nos afecta, ya que todo lo que nos rodea nos toca mostrándonos lo que somos. Pues bien, tras la obra, estaba yo casi tan exhausta como supongo que lo estaría quien interpretó del monólogo, ¿podría ser? En el camino a casa comprendí que sentir cansa. Que vivir apasionadamente cada segundo con plena consciencia nos va a dar tantas agujetas como la primera semana de gimnasio, y que en ese punto cada uno debe decidir si seguir viviendo o dejarlo. A mí, a veces, aún me duele el pecho al respirar, los ojos al mirar inquisitivamente las cosas, y, por supuesto, el corazón físico al permitirme emocionarme. Pero, ¿qué he de hacer? ¿Seguir trabajando, comer rápido, ir a la compra apresuradamente, hacer la cena y dormir? ¿O respirar con los ojos cerrados y observar si lo que estoy haciendo es coherente conmigo y ayuda a los demás? Pues bien, a pesar de las agujetas, a pesar del dolor de cuerpo que uno tiene cuando experimenta la vida, yo voy a seguir sintiendo. Al igual que cuando uno hace al amor, que si lo hace bien se cansa, pues yo elijo sentir. Como he escrito en otros lugares, espero que al final de mi vida, cuando me vea de nuevo con el Creador y Él me pregunte qué tal fue mi viaje, yo le diga sonriendo: «Huaaaaaaala, papá, qué experiencia». Entonces me sentaré en sus rodillas, me acunará dulcemente y me peinará un poco con la mano, mientras yo sonrío sin poder parar y le cuento que… he vivido… a tope.